Como hemos ido viendo a lo largo de la campaña la violencia machista tiene un complejo entramado ya que son las actitudes y comportamientos más sutiles y cotidianos los que permiten la existencia de la violencia más extrema como puede ser la más reconocida por la sociedad, la física, sexual o el asesinato.

Sin embargo, hemos visto que la violencia machista puede manifestarse de diversas maneras y en diferentes espacios. Esas formas muchas veces se reproducen ante nuestros ojos en la familia, en el trabajo, en nuestro ocio, círculo de amistades… pero están tan interiorizadas que no somos capaces de detectarlas.

Como hemos visto, la posición de mujeres y hombres en la sociedad es diferente, fruto de la construcción de la identidad de género en función del sexo que nos ha tocado. Estas diferencias vienen definidas por nuestra cultura y división sexual del trabajo, donde las mujeres deben hacerse cargo de las tareas de cuidado. Estos trabajos, aunque importantes, se infravaloran, sean o no remunerados.

La violencia machista se basa en las desigualdades estructurales de género que sufren las mujeres en todos los ámbitos de la vida. Esta violencia, además de ser una manifestación más de la desigualdad que sufren las mujeres es también una herramienta fundamental de control social para mantener y consolidar esa desigualdad.

El objetivo de esta campaña ha sido ayudar a identificar las violencias que se toleran con normalidad en la sociedad y en nuestro día a día, ver que cada persona en su círculo de influencia tiene oportunidad para hacer las cosas de otra manera. Atendiendo a la dimensión estructural de la violencia machista, el camino para combatirla es la responsabilidad y la implicación colectiva. Para ejercer esta responsabilidad es imprescindible entender que la violencia machista un problema estructural.